Eran casi las 10
am, como de costumbre el transporte de
la UAM me dejaba en la parada ubicada en
la Av. Universidad, diagonal a la librería del mismo nombre, en Naguanagua. Al
bajarme me percaté que la calle estaba poco transitada, poco habitada como de
costumbre, quizás porque ya era viernes y la lluvia se veía venir, se olía, se
sentía. Apresuré mi paso y doblé en la esquina donde tomo el autobús que me deja
cerca de mi casa, un viaje que se caracteriza por comenzar en una esquina y
termina en otra, siempre hay que caminar.
Estando ya en la
parada, que en realidad no es una “oficial”, pues, simplemente no existe una
reglamentaria donde se indique que ahí se debe tomar el autobús. Los personajes
que junto a mí esperaban, no variaban a comparación de veces anteriores: la
señora que iba al mercado, que con todas las fuerzas de sus dedos ya artríticos
sostenían la bolsa, el grupo de bachilleres que pasan por la etapa donde las
hormonas hacen de todo menos calmarse, una estudiante universitaria (su carnet
así lo dejaba ver) y otras personas sin nada interesante lo cual resaltar.
La espera era larga, ya
casi faltaban 15 minutos para las 11:00 am. Esto no era extraño las camionetas,
identificadas como La Cidra, que era mi
destino no pasaban y las que se rotulan como Tarapio, pasaban, una tras otras.
Puedo apostar que si viviera en Tarapio, las de La Cidra pasarían sin cesar, en
cantidades industriales, quizás sea un karma que pago.
Ya cuando como una
epifanía el autobús que me llevaría a casa apareció, eran pasadas las 11 de la mañana. No me extrañó
que luego de la larga espera, todos subieran como una manada de caballos,
quizás un comportamiento “normal”. Ya adentro, sentado, me llamó la atención
que la señora que esperaba conmigo al bajarse, unos escasos minutos después
pagó su pasaje, se supone que no debería ser así, su piel y postura señalaban
que de los sesenta años había pasado. Ella pagó por iniciativa propia, pero,
¿No era de esperarse que el colector lo rechazara? Pues no, aceptó de todas
maneras. Quizás por comportamientos como esos, es que es colector y no otra
cosa.
Al parecer si el chofer
no escucha vallenato, salsa o merengue, no es chofer venezolano que se respete,
pero cuando yo internamente me quejo de esto, me pregunto ¿Pretendes que
escuche música clásica o Adele, Amy Winehouse o Celine Dion? Es donde calmo mis
ganas de apagar el reproductor, pago con carnet estudiantil, que no es recibido
de buena manera y me voy a casa con el deseo que el transporte público
venezolano sea como el europeo. Soñar no está demás.
“El
transporte público es para lesbianas e idiotas” Homero
Simpson.
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