Ya se había hecho costumbre que los últimos sábados por la noche Alex, en realidad Alexander, cosas de adolescente moderno, se quedara solo por las noches en su casa hasta que el alba empezaba a despuntar cuando sus padres llegaban después de largos cócteles, que en algún momento Alex pensaba que solo bebían agua, pues sus padres llegaban sobrios y pulcros como se iban. La excusa que justificaba la salida esta vez es la celebración del cumpleaños de un antiguo amigo de la familia, solo dos cosas hacían diferente este sábado. Su primo Stalin se quedaría esa noche y la fiesta quedaba considerablemente lejos de la casa ubicada a las afueras de la ciudad. Alex no tendría a más de cinco familias como vecinos y para llegar a la casa más cercana se tenían que caminar unos quinientos metros. No se quejaba, las pocas casas junto a la de él eran nuevas y tenían la imagen de pequeñas mansiones ubicadas en Beverly Hills.
Un rato en la computadora él, un rato en la tv Stalin, un rato hablando de las cosas de la universidad, un rato divirtiéndose con juegos de mesa. Así se les consumió el tiempo hasta cerca de la medianoche. Decidieron escurrirse como ratones hacia la amplia y moderna cocina a comer un poco de cereal o recalentar unos trozos de pizza. Después de saciar sus ansias gastronómicas, se fueron hasta el cuarto "privado de papá" y empezaron a hojear libros, escuchar unos cd, abrir gavetas donde habían secretos que nunca tuvieron que ser secretos. Se dirigieron hasta la mesa de billar para probar suerte, pues nunca les llamó la atención el billar.
Transcurrieron unos minutos y Alex no lograba dominar muy bien el taco, entonces Stalin con malicia inconsciente se le acerca por atrás a Alex para explicarle con sus bastos conocimientos como se debe sostener el taco, pero al aproximarse y dejar caer su peso en las espaldas de Alex, sintiendo toda su anatomía frontal, los dos sintieron como la espuma hirviendo le recorría las venas y los dos corazones latían como nunca, que al hacerlo hacían tambalear sus huesos. La vergüenza también se hizo presente y el recuerdo de encuentros parecidos lejanos revivieron. Besos que besaban partes que no se debían besar, caricias que acariciaban pieles que no se debían acariciar, manos que se posaban donde no se debían posar y suspiros que nunca tuvieron que existir. Alex detuvo lo que nunca debió de comenzar, sintiendo una sensación de culpa y asco que le impidió proseguir, ya no era un adolescente prematuro confundido por sus hormonas. Stalin a pesar que seguía con los actos que se escondían en la sombra del incesto, entendió a Alex. Siguieron la velada como si nada hubiese pasado.
Ya cerca de las dos de la mañana Stalin se había ido a dormir luego de pasar un rato viendo unas películas en la sala del televisor, Alex mientras tanto leía un libro de algún escritor desconocido y olvidado por el mundo pero con un ingenio brillante en cuanto a breves relatos de suspenso o terror. Tanta atención le había prestado a el pequeño libro que lo terminó en menos de una hora. Cuando mira su reloj se da cuenta que es muy tarde y la cabeza le empezaba a doler por la entrega ciega al libro. Decide ir a la cocina a tomar unas aspirinas, pero mientras las traga siente un golpe seco en el piso, piensa que algo se ha caído, pero no es nada. No le da importancia. Recuerda que no se bañaba desde el mediodía y para él era un mandato inviolable bañarse antes de dormir. Sube la escalera en forma de caracol, sin antes maldecirla por el número infinito de escalones. Pasa por el cuarto de huéspedes y verifica que Stalin duerme, se dirige hasta su cuarto y comienza a desnudarse, lo hace con calma y sin apuros.
Otra maldición sale de su boca cuando descubre que su regadera no tiene agua caliente, si hubiese sido más temprano no le importaría, pero ya el frio diabólico y ceniciento de la madrugada azul había hecho suyas las tuberías de la casa. No se ducha en el baño de sus padres, porque no le gustaba entrar al cuarto de ellos y el de los huespedes no estaba a la disposición. Por tercera vez maldijo porque tuvo que recorrer la casa en paños, a pesar del calentador, el frio estaba presente en las paredes de cemento y en el piso de mármol. Cuando pasaba por la cocina otro golpe emergía del piso de la cocina, se detuvo y revisó con cuidado la cocina, puso su oreja contra el piso. No había nada.
El vapor habían empañado los espejos del baño para las visitas, Alex solía disfrutar mucho de las duchas con agua caliente. Lo relajaban de una manera excepcional. A pesar de los cuentos de su mamá que siempre le recordaba que el agua caliente convierte la piel en gelatina, por eso ella a cualquier hora se bañaba con agua fría o hasta helada. Su goce se ve interrumpido cuando cree escuchar una voz, se paraliza al instante, voltea hacia todas las direcciones. Su corazón quería salir corriendo de su pecho, a pesar de estar mojado sale del baño, abre la puerta y se consigue solo con un pasillo invadido por la soledad. Regresa a la ducha y prosigue, poco a poco se calma. Un frio horrible recorre su espalda, sus ojos como dos esferas inerte de cristal se quedan, no mueve si un solo musculo cuando vuelve a escuchar esa voz de ultratumba que logra identificar como la voz de una mujer.
Como puede sale de la ducha y se pone su paño, todavía el jabón había dejado su estela de espuma en el cuerpo de Alex. No quiso salir del cuarto de baño, porque no sabía de donde provenía la voz. No dijo una sola palabra, estaba muerto en vida, petrificada hasta su última e ínfima célula.
-¿Hay alguien ahí?... ¡hola!... ¡ayúdenme por favor!... ¡Sáquenme de aquí!- dijo la voz de procedencia desconocida
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