No le queda de otra que salir corriendo como alma que lleva el demonio del cuarto de baño. No sintió cuando cayó dos veces mientras subía las escaleras en forma de caracol y que hasta una rodilla le sangraba de forma leve, nunca supo como llegó tan rápido a su cuarto. Simplemente recordaba esa voz tétrica que le entraba al oído, hacía suya su columna, congelaba los huesos, la acariciaba el corazón y como su cuerpo reventaba en aceite caliente de adrenalina.
Como pudo se repuso, es ahí donde se dio cuenta que estaba completamente desnudo. Fue al closet y sacó un short. De forma inmediata se dirigió al cuarto contiguo para despertar sin contemplaciones a su primo Stalin. En un bamboleo abrupto el primo despertó todavía con el sueño pegado a su rostro y al cuerpo, abrió lentamente los ojos y se dio cuenta que era Alex quien lo había sacado de los brazos de Morfeo, pero se da cuenta de otra cosa también, que la cara del primo no era más blanca que lo de costumbre, era transparente. No emitía alguna palabra, no gesticulaba, como estatua estaba.
- ¿Qué te pasa? – reclamó - ¿por qué estás así? ¡responde!
No contuvo más el llanto ahogado y asfixiante y como Magdalena se echó a llorar. El típico recurso de una cachetada no le sirvió a Stalin para sacar de este estado histérico a Alex, repitió la dosis pero con el reverso de la mano y es ahí cuando su primo vuelve a tocar el piso. Se levantó, secó sus lágrimas y abrazó de forma desesperada a su primo. Le pidió de manera encarecida que lo ayudara, que le dijera que era mentira, que lo sacara de la casa, que lo acompañara, que llamara a sus padres.
Stalin no entendía el porqué de todas estas peticiones, por eso le pidió que de manera pausada le explicara lo que le había pasado. No daba crédito a lo que escuchaba, hasta le preguntó a Alex que si había bebido, este se sintió ofendido con semejante pregunta. Él estaba seguro de lo que había escuchado, no estaba loco. Por eso lo cogió de la mano, pero con paso dudoso y todavía lleno de miedo lo llevó al baño. No quiso entrar, solo abrió la puerta para que su primo entrara y revisara con cuidado toda la habitación.
Ya estando adentro Stalin a primera vista solo divisó el reguero de agua y jabón en el piso y la cortina rota por la fuerza que hizo Alex al tratar de salir de manera desesperada de tan bizarro momento. Como no vio nada se regresó y le preguntó a su primo de dónde provenía la voz a lo que este respondió que creyó escucharla de la alcantarilla del baño.
Entró de nuevo al cuarto de baño, entró a la ducha y con mucho cuidado para no mojarse inclinó su cabeza para ver si podía escuchar algo…
- ¡Hey! Te estoy viendo, por favor ayúdame – la voz sonaba metálica y hueca – me duele, no aguanto. Él viene por mí.
De manera histérica y casi esquizofrénica, Stalin se encontraba atravesando el pasillo corriendo y gritando el nombre de Alex, no lo encontraba por ningún lado. Cuando llegó a la sala Alex estaba sentado en cuclillas en un mueble y con los ojos cerrados.
- ¿La escuchaste verdad? – su voz era muy serena – yo también, cuando la escuchas sientes como una mano helada te manosea los pulmones y un tufo a metal liquido te invade el gusto y olfato.
Stalin cayó de rodillas al piso y solo lloriqueos de colegiala le salían de la boca, no se le entendía lo que quería decir. El pánico no lo dejaba. ¡Yo me voy! ¡Esta es una casa de locos!, fue lo único que su primo pudo entender. Alex se levantó, lo recogió del piso y le dijo que por más miedo que los dos sintieran tenían que averiguar quién era esa mujer que les hablaba desde una alcantarilla en el baño.
Se armaron de valor y de forma muy lenta se deslizaron por el pasillo, ya cuando faltaba menos de diez metros para llegar al baño, un conejo blanco con manchas grises de dimensiones pocos convencionales, aunque no muy grande para considerarlo un monstruo salió del baño. Dio unos pocos saltos y frente a ellos se paró, los dos muchachos no creían lo que veían, porque en esa casa no había animales. El conejo tenía un aire ceniciento pero a la vez aterrador por la forma tan fija con que los miraba.
Luego del estupor, Alex se agachó para ver más de cerca al conejo que simplemente no se movía. Luego de observarlo por unos segundos, alargó su mano para tomarlo. Pero en una fracción de segundo el conejo mordió la mano del muchacho, Alex pudo sentir como sus pequeños dientes se incrustaban en su carne y la sangre fluía de manera graciosa. Quitó de inmediato la mano de la boca del animal y lo maldijo mil veces, el miedo se apoderó de los dos.
A pesar de esto el conejo se quedó como siempre inmóvil mirando fijamente a los jóvenes que se alejaban lentamente de él. El mamífero lagomorfo levantó su pata trasera derecha para rascar y al terminar esto, miró fijamente a los dos primos, abrió su hocico ensangrentado y emitió un chillido agudo parecido al de un insecto, era tan fino que Alex y Stalin taparon sus oídos y salieron corriendo. Cuando ya estaban cerca de la puerta de entrada, se le unió al chillido incesante del conejo el grito desesperado y desgarrador de una mujer. El grito salía del fregadero, de los lavamanos, de los grifos, de la poceta, del sistema de ventilación. El alarido de la mujer y el chillido del conejo se unieron en uno y dominaron la casa.
Alex antes de salir de la casa pudo tomar el teléfono y marcó a sus padres, que al principio no le creían pero al sentir la desesperación del hijo decidieron dejar de hacer lo que estaban haciendo. Luego llamó a la policía que en menos de diez minutos estaba en la casa, los pocos vecinos de aglomeraron a los alrededores de la casa. Ya el día estaba llegando y con él los padres de Alex y los bomberos que tenía un llamado de emergencia pues un adolescente dijo escuchar una mujer pidiendo auxilio desde una alcantarilla.
El revuelo que causó en la urbanización fue mayúsculo, los bomberos sin mediar palabras destrozaron el piso del baño para sacar a la mujer, pero no encontraron absolutamente nada. Pasaron casi dos horas de búsqueda y el resultado fue negativo.
Los bomberos y policías al verse burlados hablaron con los padres de Alex y le notificaron que lo llevarían para tomarle declaraciones y darle un escarmiento.
Alex no hallaba la manera de explicar a las autoridades y a sus padres que lo ocurrido era cierto y que si querían le preguntaran a su primo Stalin. Pero la madre de Alex dijo que esto era imposible porque su hijo nunca tuvo un primo llamado Stalin y que cuando ellos lo dejaron en la casa estaba completamente solo.
Como poseído se comportaba Alex para que no lo metieran en la patrulla, pero todo fue en vano. Al estar adentro se percató que le dolía la mano y pudo ver la mordida que le había dado el conejo hace rato. De manera inútil trató de demostrarle al policía que manejaba su teoría de la mordida de la mano y su vinculación con el incidente en el baño.
Si la policía y los bomberos hubiesen salido al patio y merodeado el pequeño lago que estaba detrás de la casa, entre los matorrales hubiesen encontrado el cadáver de Verónica flotando en un estado de descomposición muy avanzado y a su lado observándola desde la orilla un conejo blanco con manchas grises de dimensiones poco convencionales aunque no muy grande para considerarlo un monstruo.
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